Oda a la claridad de tus ojos
Tus ojos, pequeña alberca donde reposa el viento,
Pueden flotar buscando un fin donde lidiar,
corren sobre las tierras, Oh! tristes, y asustados.
Cuan tan claridad invaden, sobre mi cuerpo
desligados al polvo, al aroma de tu cerda,
conectados al ímpetu en cual observan.
Aman, así son tus ojos, como estrellas.
Ellos rebuscan el tope de la infinitud,
¡Oh infinitos ojos! Azules como jazmines,
cansados de observar, de buscar. ¡Ciérralos!
que descansen sobre las tierras, o sobre mi alma.
Ríen, como magna brillante, espejo claroscuro,
destello protector de mis encantos,
eternos y asustados, como el jazmín triste,
así son tus ojos, tenaces como las olas.
Persiguen el riesgo de chocar,
de alguna manera me roban el ánima,
lloran, cuando desbocados no encuentran
el freno, ni la estancia donde parar.
Voy haciendo todo un mundo de palabras,
para tus ojos vivos de alma propia,
que asientan cada mirada a la tarde,
resguardados en su luz y aurora.
Nicolás Bera 2/8/2010
Oda a la destrucción ambiental
Debajo del rocío, sobre el campo,
espera la amapola,
exaltada de caricias,
en su estancia adormecida.
Arropada, suave y tierna,
como agua dulce.
Despeinada, dentro de
todo lo que rodea su orbe.
Canta, alegre, por las montañas,
las oscuras sombras le persiguen,
de noche, sobre las yerbas.
Pero corre, pobre amapola,
pequeña pluma que cuelga del ocaso,
del día, de la noche, ¡Reza!
Bendecida como ángel.
Exclama su voz,
esclava de mil décadas,
que arde ante la necedad
y el poco juicio.
Sólo pide ser reclamo,
está perdiendo el verde,
desaparece el aire,
y el agua dulce desvanece.
Concienzuda, querida amapola,
que no puedes hablar,
te quedaba reír, ya el túnel
se hace estrecho.
¡Vuela! Quizás el cielo sea basto,
amada, eres vida natural,
eres nuestra pura esencia.
Nicolás Bera 3/08/2010
Oda a la fantasía del sueño
airado es el viento que sopla desmesurado,
sulfuroso y clandestino es el sentimiento abstracto,
que amarra y brota aquella nube alvina llena de espinas.
El calor que pasa por un cuerpo adyacente,
moja el sepulcro de su ansiedad dolorosa,
llora el bisbiseo que abunda en su camino,
como copa de vino y antorcha encendida.
Encarnado, gimiendo el sudor permanente,
pálido de beber estimados recuerdos,
aquel calor nauseabundo que abre una puerta lujuriosa,
se sienta y vuelve a cuestas; tan horrible comezón.
Parado en la llanura del aludido recorrido,
como brisa que pasa por el mentón empinado,
entusiasmos envenenan cualquier acción asequible,
¡Oh! sueño inmundo, dame el porqué de esta letanía,
dime por qué no se puede cada día, dejar de soñar.
Nicolás Bera
24/03/2010