jueves, 5 de agosto de 2010

Religión parte (I) y (II)



I


Misterio religioso

En pleno transito del espíritu,
acomoda su impaciencia en sabanas de tul,
como Rimbaud el místico en estado salvaje,
elaborando su expresividad única de tiempos de antaño,
sabiduría que se postra como estable y honesta.

La angustia entre jirones de mugre
y pan anhelado para los seres necesitados,
gimiendo por su sed y hambre permanente,
suburbio de cuerpos a vista húmeda del
buen servidor de ayuda humanitaria.

¡Oh Jesús! ¡Oh María!
melodías del medio día sangriento,
pasen ruidosos como el vaivén de las rosas,
adormecidos, murciélagos nauseabundos,
impasibles, como témpanos de hielos desplegados.

E, inefablemente la vida,
¡He visto seres hechos a una sola vía!
¡Manos pálidas del Ángel misericordioso!
pasará el viento amarrado al tiempo irritado,
la fealdad de un mundo herido y sin piedad.

Postrado a las puertas de un camino,
repleto de aromas cuyo olor las frutas mezcla,
¡Musa! eres las palabras que se desprenden de tu mente,
desgraciado no has de ser, ni benévolo,
la afable idea que transmites con puro fervor,
y el terciopelo que deslumbra miserables voces.

Feroces polos iónicos indulgentes,
impuestos a plenitud conllevar sus perspectivas aberradas,
optan ser el verbo bramante y contradictorio,
de toda veracidad latente ante sus ojos,
una representación inestable de cualquier
 
emisión en contra de su noción pérfida y abrupta.

II
Antítesis fervorosa
El idealismo racional del alma oprimida,
espigas entrelazadas reflejan el naufragio
de seres retorcidos que se vierten a su discernimiento,
hiriendo el contenido agónico y consistente de su fe implícita.

Desbarrados; difunden su razón sobre el fémur
floreciente al más allá como difusas olas,
gracia de un entendimiento epiléptico
donde un beso mora la disfunción única
que se inclina a la opresión simultanea.

La mente que se funde adyacente y frágil,
bajo las vigas ahumadas de la mar prolongada,
¡Y No! Impugnar sus designios ha de ser inteligible,
la neurotransmisión inconcebible de
su contingencia en oquedad.

El siniestro canto de cuervos adoloridos
de no ver el efecto trascendental de sus recados,
que vuelven como la marea alucinada a la pared infinita,
y se inclinan eternas a la obligación malévola de contención.

Entonces, una caricia, un beso medianero,
grandeza intelectual sus parloteos mañaneros,
defenderán sus dictámenes anhelados al saber,
como la singular certeza de su divinidad elocuente al ayer.


Nicolás Bera

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